Jorge de Arco nació en Madrid en 1967 y allí reside habitualmente. Licenciado en Filología Alemana por la Universidad Complutense, ejerce como profesor universitario de Literatura española. Es, a la vez, poeta, traductor y crítico literario.

 

Ha recibido diversos premios como el “Vicente Aleixandre”, “Villa de Aoiz”, “Fray Luis de León”, “Ciudad de Alcalá”, “Santa Teresa de Jesús”, “Andalucía”, “Martín Descalzo”, entre otros.

 

Su quinto y último libro publicado lleva por título La casa que habitaste. Premio Internacional de Poesía “San Juan de la Cruz”, 2009 (Rialp. Colección Adonáis).

 

Está incluido en diferentes Antologías como La voz y la escritura, Un siglo de sonetos y Los 33 de radio 3, Los jueves poéticos, etc.

 

Es director de la revista poética “Piedra del Molino”.

 

Es Hijo Adoptivo de Fontiveros, tierra natal de San Juan de la Cruz.

 

Ha obtenido el premio “Alforja poética” del año 2010 del Certamen Nacional de Poesía de la Casa de Castilla-La Mancha en Aliicante.

 

 

 

Melodías de sed y de Fortuna

 

                             Cambio de tren en la estación del viento

                                                                                       Antonio Vega

 

 Aún en los otoños,

 cuando el tren silva y cruza entre tinieblas

                                    las costas del olvido,

 creo sentir el vaivén de mi niñez,

 la mudanza pretérita del héroe

 que azulaba el deseo en las pupilas

 y urdía en la garganta

 melodías de sed y de fortuna.

 

Porque la vida era de cristal,

 tangible transparencia,

 retama sin nostalgia ni condena,

                       donde cada vagón

 dibujaba una playa al Sur de todo mapa,

un feliz vendaval de desmesura,

un humo inacabable,

deudor de la fugaz misericordia

 que mojaba de espuma los regresos.

 

Estremecido por el celo acezante de los años,

 fui creciéndome en vilo,

anudado al silbido solitario, constante,

de los trenes remotos

 que partían camino de otra edad.

                            En ellos, recorrí

 las oscuras veredas del perdón,

 los blancos corredores que hablaban de gaviotas.

 Y en el silencio vivo

 de sus asientos, vi pasar despacio

 los potros somnolientos del recuerdo,

 las lunas de melaza,

 la música del sol, su dulce partitura derramándose

sobre un hogo de luz…,

               los colores del aire en nuestros cuerpos.

 

Porque en aquel entonces,

iba el tren por mi ardido corazón

y en la cadencia viva de su ritmo

corregíamos firmes

 la fe y el desconsuelo,

 mientras los ojos se clavaban

 en los recios raíles de la conciencia vívida,

                    de aquella irrepetible geografía

 que nos sostuvo amantes en los túneles

 feraces del deseo.

 

Después,

 rumbo siempre a tu nombre

-ignorante y desnudo peregrino-,

 busqué bajo la jara perfumada,

 entre los mismos páramos del desnudo anteayer,

       la ruta de tu piel, el horizonte que se abría bajo

 el cárdeno revuelo de tu falda,

 el alboroto de tus pies descalzos,

 el pálido bordón de la alegría.

 

Junto al vaho tenaz de la memoria,

frente al sabor doliente

 de la lluvia temprana,

 vuelvo a beber, sombrío y desvelado,

 la acedura de tanta ausencia tuya.

 Con un billete al filo de los labios,

 y un equipaje esquivo a la derrota,

 cambio de tren en la estación del viento

y dejo atrás aquellos desolados andenes

 por donde cada día

                pasaron tan de largo tus últimos abrazos.