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Rincón Poético

 

Onofre Rojano nace en Sevilla, ciudad donde reside. Poeta y dramaturgo. Fundador en 1977, con otros poetas jóvenes, del Grupo Poético BARRO. Codirector de la Colección de poesía “Vasija”, editada por BARRO desde 1978.

 Entre su obra poética publicada, podemos destacar: Las horas caídas (1967, Edit. González Cabañas, Sevilla), Memorias de la ausencia (1984, Diputación de Huelva), Amordazada luz (1985, Centro Estudios DFrocenses. Zaragoza), Y el mar únicamente (1986, Colec. Bahía. Cádiz), De quien persigue alacranes (1990,Ayuntamiento de Valdepeñas), Vegetal silencio (1992. Colec. Adonais. Madrid), Juego para solitarios (1993, Colec. Ángaro. Sevilla), Flash de la memoria (1998, Colec. Fenice. Madrid), Vivir en víspera (2005, Colec. Telira. Burgos) o Territorio esencial (Antología poética 1965/2005) editaqda por el Distrito Macarna en la Colección Ángaro de Sevilla, Escalera de Incendios (2007, Ayuntamiento de Sevilla).

  Ha obtenido, entre otros, los siguientes premios: Premio Guipúzcoa de Teatro Castellano 1966; Premio “José María Morón” de Poesía (Cuenca Minera de Huelva); Premio Internacional de Poesía “Ildefonso Manuel Gil” (Daroca. Zaragoza); Premio “Bahía” de Poesía (Algeciras. Cádiz); Premio de Teatro “Consell Municipal de Les Corts” (Ayuntamiento de Barcelona); Premio Internacional de Poesía “Juan Alcalde” (Ayuntamiento de Valdepeñas); Premio “Francisco de Quevedo 1991” (Ayuntamiento de Madrid); Premio Poesía Mística de Malagón (C. real); Premio “Villa de Aranda” de Poesía (Aranda de Duero. Burgos); Premio “Antonio Machado” (Convocado por el Distrito Casco Antiguo del Ayuntamiento de Sevilla), etc.

  Ha intervenido en diversos recitales de poesía a lo largo de toda la geografía de España, entre otros el “Proyecto Juan de Mairena” (Poetas en el aula) de la Junta de Andalucía.

  Ha sido el ganador del XI Certamen Poético Nacional de la Casa de Castilla-La Mancha – A. C. El Quijote – de Alicante, obteniendo el Premio “Raimundo Escribano”, 1º del Certamen.

 

 Del que espera la tarde…

 1

 Nuestra es la tarde

como mío es el tiempo

que no atardece nunca.

2

 El día se ha ocultado veloz entre las ramas

del aire y sus presagios, sigiloso

ha vertido sus ánforas de lluvias

y ha dejado la tarde en crisol transparente.

Mas tú no estás aquí, pero canta tu voz

en algún sitio

como un pájaro en ciernes.

                                                     La tarde

 sosegada y dichosa como cuando se inicia,

 tocada de nubes ruborosas y probables

 de festivos sucesos.

 

 La tarde está en tus manos y tú desapareces,

 pero en cambio tu boca y tu mirada

 están por los balcones de todas las aceras.

Me gusta si te escondes porque vivo

 el infinito de tu ausencia.

 Mi casa

 está habitada de ti aunque no estés conmigo,

a mi lado y presente como el aire diario;

 mañana fingiremos la tarde que comienza

 sin noticia ninguna.

                                                        Pero hoy,

 está limpia la tarde, azul de madrugada

 sus latentes señales.

                                                               Y sé

 que tú vendrás en tijeras de urgencia

 cuando menos me inquietes.

 Y mi pulso dormido estallará oquedades,

 compuertas y adoquines de mis viejos andenes.

 Vendrá la tarde y será mediodía

en todos los silencios de mi sangre.

 

Sé que encontrarás el espacio que conduce

a la cima, -mi entrega-,

abierta

y perenne como una azotea de blancura

sin límite.

 Más la tarde está cálida como un lecho encendido

que espera a los amantes.

 

3

Ausente estás de mí, pero nunca ignorado.

 Callada está la tarde cuando asciendo sin ti

 por los atardeceres de las espadañas.

 Ausente estás aún, pero pronto la nieve,

 me acercará susurros, espacios siderales

 de nuestro desencuentro. La tarde, sí, la tarde

 que llega a cumplirnos con clámides sagradas

 y sedientas, pondrá nombres y faros

 en esta antigua gruta de mi estirpe

por tanta soledad que me envejece.

 

Vivamos hoy esta brisa, tan temprana

como el alba de agosto. Esta tarde que

a gritos nos ofrece de par en par las claves

de las sombras, cripta o cenital fluorescente

 en la corta distancia de los días,

 sabiendo que la muerte nos acecha

 las luces que pisamos.

 

Porque siempre la tarde nos destruye y aplasta

como el pájaro ciego al borde de los cráteres.

                                                       Pero también

 la tarde nos dispone su sonrisa y sus brazos,

 y tal vez su serpiente, enroscada en el sol

 con anillos brillantes.

 

Acércame tu pecho de árbol esplendoroso

y dime cuánta sangre nos queda para el tiempo.

 

Hagamos hoy el sexo plenamente furiosos

lo mismo que un soberbio seísmo de los astros,

hallemos las posturas que encajen nuestros cuerpos

 como un puzzle de oro. Los labios por la piel

 y los ojos en la noche a la luz de tus ondas.

 

La tarde se ha escondido y nosotros huimos

 en su boca celeste,

 buscando la palabra o los gestos que nos hagan

 inmortales. Derrámate en mis manos

 y levanta mis párpados como dos catedrales

 de piedras perdurables

 sobre este lecho inmenso de la tarde sin puertas,

de sábanas azules igual que el horizonte;

 porque la noche rompe, a nuestras espaldas plenas,

 relojes del ocaso.

 Vivamos esta tarde inmóvil en el paisaje,

 desnuda y relajada como un vaso de aceite.

 Apuremos este instante encendido

y perfecto, que nunca más

volverá a entreabrirnos los labios y mordernos

la lengua en un bocado frágil.

 

La tarde ya no es hoy, sino toda la vida.